A veces, durante una reunión con familias, escucho una frase que se repite con cierta frecuencia: “Mi hijo está en clases de inglés, pero no sabe decirme cómo se dice ‘rojo’.” O incluso, “Lleva meses y no parece saber nada.” Entiendo completamente la inquietud. Como padres, queremos ver resultados. Queremos sentir que el tiempo, el esfuerzo y la inversión están dando frutos. Pero cuando se trata de aprender un idioma, especialmente a través de un enfoque inmersivo, el progreso puede ser mucho más sutil de lo que parece a simple vista.
Cuando le preguntas a tu hijo “¿cómo se dice rojo en inglés?” y no responde, no significa que no lo sepa. Significa que no lo ha memorizado como una traducción. Y eso, curiosamente, puede ser una señal de que está aprendiendo bien. En nuestra academia no enseñamos inglés palabra por palabra como si fuera una lista que hay que repetir. Lo enseñamos como una herramienta viva. El inglés se usa en contextos reales: cuando pedimos un lápiz rojo, cuando jugamos a buscar un objeto, cuando cantamos una canción. Así es como los niños aprenden a entender y usar el idioma, sin tener que pasar mentalmente por el español cada vez que hablan.
Este proceso no es inmediato. De hecho, los primeros meses —e incluso el primer año— pueden parecer lentos desde fuera. Los niños están en una etapa de absorción. Escuchan, observan, relacionan sonidos con acciones, y poco a poco van construyendo conexiones profundas entre el idioma y el mundo que los rodea. No están memorizando traducciones: están comprendiendo, de forma auténtica y desde dentro. Es muy parecido a cómo aprendieron su lengua materna. Al principio no hablaban: solo escuchaban. Luego empezaron a señalar, imitar sonidos, usar palabras sueltas. Y un día, sin que nadie lo notara, ya estaban hablando.
Entonces, ¿cómo sabemos si están aprendiendo? No hace falta una prueba ni una traducción perfecta. A veces lo notamos cuando siguen instrucciones simples como “sit down” o “show me your hands” sin necesidad de que se las traduzcan. O cuando en casa piden “water” en lugar de “agua” sin pensarlo. O cuando tararean una canción en inglés que aprendieron en clase. Son señales pequeñas, pero significativas, de que el idioma se está integrando.
Lo más hermoso de todo esto es que la ciencia respalda este proceso. Estudios en psicología del aprendizaje infantil nos muestran que los niños en entornos inmersivos no solo aprenden un segundo idioma, sino que desarrollan habilidades cognitivas muy valiosas: mejoran su atención, su capacidad de cambiar de tarea mental, y desarrollan una mayor empatía. Además, al aprender sin traducir, su cerebro se entrena para pensar en más de un idioma a la vez, lo que refuerza la flexibilidad mental. Es un regalo que va mucho más allá del vocabulario.
A veces también surge la pregunta de cuánto tiempo tomará hasta que “hable bien”. Y la verdad es que no hay una respuesta exacta. Cada niño tiene su ritmo. Pero lo que sí sabemos, gracias a muchas investigaciones, es que los estudiantes que siguen un proceso de inmersión desde edades tempranas suelen alcanzar niveles muy altos de fluidez a partir de los 9 o 10 años. Es un proceso a largo plazo, pero con beneficios profundos y duraderos.
Por supuesto, el papel de la familia es clave. No hace falta que hables inglés en casa, ni que traduzcas. Basta con que apoyes con entusiasmo, que celebres los intentos, que muestres interés. Pregúntales qué cantaron hoy, si jugaron algo divertido, o si recuerdan alguna palabra nueva. Incluso puedes usar el inglés en momentos cotidianos: “Can you bring me the blue cup?” o “Let’s count the apples.” No importa si tú también estás aprendiendo: lo que más ayuda es tu actitud.
Así que la próxima vez que le preguntes a tu hijo cómo se dice “rojo” y no te lo diga, no te alarmes. Piensa que tal vez sí lo sabe, solo que su cerebro lo está usando de otra forma. Tal vez hoy no responde, pero mañana te sorprenda con una frase entera. Y ahí sabrás que lo estás haciendo bien, que él está aprendiendo, y que, aunque no siempre se vea, el inglés se está sembrando por dentro.
Y eso —te lo aseguro— es mucho más poderoso que cualquier traducción.